Blogia
Sakkarah

Mis cuentos y relatos.

Poseía...

Poseía...

Poseía pocas cartas de él. No fue pródigo en palabras. Sólo las de rigor, esas que son necesarias para hacerse con la presa; pero ella las guardaba como el mayor de los tesoros.

 

Era el suyo un amor secreto, y al no quererse deshacer de ellas, decidió buscarles el lugar más seguro. Poco tiempo le costó hacerse un hueco en la pared. Ni los mejores albañiles dejarían un nicho tan bien hecho. Debía correr el armario el día que sintiera necesidad de su lectura; pero todo esfuerzo merecía la pena por tan gran placer.

 

Había pasado el tiempo, y una necesidad imperiosa de aquellas letras, la hizo ir a reencontrarse con ellas. Él no la amaba, y en un gesto inútil, ella quería vivir de un recuerdo absurdo basado en la mentira.

 

Su sorpresa, y desolación no se hicieron esperar, al ver un amasijo de cemento y papel. No había ni una sola letra que se pudiera salvar, ya no le quedaba ni un recuerdo a donde agarrarse. Su vecino, al taladrar para colgar un plato artesanal, se pasó con el taladro, y muy diligente, reparó el desaguisado sin darse cuenta que a ella la dejaba sin pasado.

 

Ya no tenía ayer, ni quería futuro; y ese maldito presente se le antojaba eterno Sus ojos vidriados quedaban perdidos, mientras sus dedos, día y noche, despacio, y con una ternura enajenada, acariciaban la pared.

Sakkarah

A cada rato...

A cada rato...

A cada rato aporreaban la puerta, y Marina se levantaba a abrir. Siempre se encontraba con que tras ella no había nadie. Eran los fantasmas que no la dejaban tranquila. Podía no levantarse, pero siempre guardaba, en lo más recóndito, la esperanza de una visita.

Era muy especial, tanto que vivía encerrada en una caracola de mar. En lo más profundo y oscuro estaba ella, con su oído puesto, escuchándolo todo; y ese todo, dolía. No era precisamente una antigualla, pues su mente era abierta para mirar el mundo; pero su vida se desarrollaba en un círculo especial que un día se trazó. No resistía su corazón un desvío.

Se sentía bella en su soledad, y horriblemente fea en la mirada de otro; por esa razón, poco a poco, se fue fraguando en su mente la retirada del mundo. Ya sólo la perturbaban esas llamadas de fantasmas, que eran el único vínculo que sostenía con la realidad.

Sakkarah

Estaba roñosa...

Estaba roñosa...

Estaba roñosa, ya no existía la llave. Se había extraviado con los años. Nunca se utilizaba.

Tiempo atrás, cuando las ideas y las normas de convivencia eran otras, allí iban los que consideraban proscritos entre los muertos. Era el llamado cementerio de "los malos". En el enterraban a los que morían sin confesión, a los que se suicidaban, o no creían. Nadie los iba a visitar, ni sus propios familiares. Visitarlos era como asentir o estar de acuerdo con los herejes.

Las plantas se habían apoderado del lugar de manera salvaje. Se podía ver por el agujero de la cerradura, aunque casi nadie era capaz de hacerlo, debido a los espíritus que vagaban por el lugar.

La gente contaba que cada noche se daban allí cita todos los muertos, y que jugaban al Tute. El ganador podía saltar la tapia y adentrarse en el cementerio de "los buenos". Allí podría profanar una de sus tumbas, y llevar al muerto ante la presencia de todos. Una vez allí le llenarían de insultos, y desunirían sus huesos.

Los muertos iban poco a poco desapareciendo del cementerio "oficial"; pero nadie se atrevía a buscarlos. Nadie se atrevía a forzar aquella cerradura.

Sakkarah

Mientras flotaba.

Mientras flotaba.

Mientras flotaba sentía el nerviosismo de su madre. Ella también lo estaba, pero tenía muchísimas ganas de dar el paso. Le abrasaba la curiosidad por ver su cara, la de su padre, y la de toda esa gente que presentía siempre cerca.

La verdad es que allí se estaba bien, en comunicación tan directa con ella, en esa soledad que las unía con tanta fuerza. Cada día ocupaba más espacio, y tampoco quería incomodarla tanto; además, su cara tenía que expresar toda esa dulzura que la hacía sentir, y quería verla. A él le presentía muy cercano, y aunque de una forma distinta, sentía que formaba parte de ella, que estaban estrechamente unidos.

Llego el día, y escuchaba los preparativos. El corazón de su madre llevaba un ritmo diferente, estaba muy nerviosa.

La luz era intensa, las caras desconocidas, y ella, con esa cara tan hermosa yacía durmiendo. Tenía ya ganas que la soltaran, que la acomodaran junto a su pecho para poder sentir su piel.

Fue tan profundo ese roce?Inexplicable el sentimiento a través de la dermis. Ahora reía, la miraba, y se perdía en ella; pero él faltaba. Era un reflejo de tristeza en la mirada de su madre.

No habían pasado muchos minutos cuando ella dio un respingo que la sobresaltó. Era él que llegaba apresurado. Venía de un largo viaje, y al notar su mano entre la suya, pudo sentir como se removían los pilares de la tierra estremecidos por tanta felicidad.

Todo quedaba en silencio, todo era sentimiento y novedad.

Sakkarah

Las nubes...

Las nubes...

Las nubes vienen amenazantes, la oscuridad se cierne sobre el lugar, y el árbol (desnudo) no teme. Acostumbrado a su soledad, ha reparado en la tierra, su compañera, y a su lado se hace fuerte en la espera de Alicia.

Cuando los cielos se calmen al golpe de su mirada. Cuando las flores se peleen por nacer para poder acompañarla, ella pasará. Pasará con su eterna sonrisa inocente del que no conoce la envidia, ni la competencia; con la sonrisa del que no sufre una ausencia, porque toda ella es entrega.

Ella, que nació reparando en lo pequeño, y está atenta a la respiración de un grillo, les dejará su alegría. Se sentará bajo la mirada atenta de las hojas del árbol, las que se cimbrean y empujan por escuchar su charla.

En sus exploraciones, se ha adentrado en la huronera, y por infinitas galerías ha llegado a lo profundo. Hoy de su mano abandono el lugar donde me hallaba, para empezar a vivir de lo pequeño. Sé que sólo lo más insignificante será capaz de hacer que no me falte la sonrisa.

Sakkarah

Muchos años...

Muchos años...

Muchos años pasaron por las viejas escaleras, muchas pisadas e historias desconocidas la ocuparon. El tiempo se posaba en sus desconchones, y la dejadez de sus vecinos se dejaba ver en sus humedades. Lo que jamás consiguieron es quitar el color rojo de sus paredes, y daba la sensación de que estaban teñidas de sangre.

No se explicaban como habían tomado ese color, pero sabían con exactitud el fatídico día en que se volvieron rojas.

Ella subía diariamente en las madrugadas dejándo oír esa voz ronca y arrastrada que le ponía el alcohol; muchas caídas le costaba esa subida, que la mayoría de las noches la hacía en compañía de algún hombre en deplorable estado, como ella. El somier tomaba la cantinela sempiterna a los oídos de todos los moradores del viejo edificio. Era como la nana que mecía al vecindario, y su grito, como si de repente tomara una liana y se trasladara a otro árbol, al igual que Tarzán. Sabían que una vez dado, ya podían descansar tranquilos. Había noches más agitadas, con golpes que no sabían con exactitud de donde podrían proceder. Podría ser de los tropezones a los que les llevaban los vahos etílicos, pero siempre les quedaba la duda. Una duda que tampoco se atrevían a resolver, cuando a ella la veían con los labios hinchados, o las ojeras moradas.

Ese día había quedado en su recuerdo, pues ninguno de ellos había podido pegar ojo. No se escuchaban golpes, y los pasos cesaron de repente, sólo el somier llevaba un ritmo con distinto compás. Estaban expectantes aguardando el grito de la selva, pero no llegó, y todos quedaron extrañados.

La siguiente noche, no la sintieron pelear con la escalera, y queriendo atender a los cotilleos, una de las vecinas subió sigilosamente a asomarse al descansillo del piso de arriba. Quedó horrorizada al ver que por debajo de la puerta se iba haciendo paso un hilo de sangre. Con el corazón encogido corrió a avisar al resto. Y todos juntos, acudieron. Llamaron, pero no había respuesta. De dos patadas tiró uno de ellos la puerta; fue fácil, porque estaba medio podrida, y...Allí la encontraron, esposada y colgada del techo por los brazos, con una mordaza en su boca. Estaba cosida a puñaladas, después de haber sido brutalmente golpeada y violada.

Ya nadie duerme en ese vecindario, el insomnio se ha instalado en todo el bloque, y el color de sus paredes, escupe toda pintura que le intentan echar encima. Han pasado 20 años, y aún no han conseguido saber quien fue el autor de la muerte de Rita.

Sakkarah

El dolor...

El dolor...

El dolor de la marca del fuego sobre la piel, traspasa el alma, y en ella también deja su huella. No sé el misterio que conlleva, pero me hace digna de mi raza y de mi pueblo.

El hechicero nos trae noticias que se instalan mágicamente en su mente. Yo escucho anonadada, como hay culturas que se besan en los labios. Sus mujeres no son coquetas, no saben adornarse para sus hombres. Cuentan que llevan los pelos lacios, y los labios desangelados. Ellos cierran los ojos, y pienso que buscan encontrar con avidez aquello que les falta; pues fue negligencia no haberles puesto disco en el labio inferior. El círculo es una figura perfecta e indica divinidad.

Estoy convencida que no tienen hechiceros que les lleven la sabiduría. Nosotros podemos dar gracias a las fuerzas de la naturaleza, que fueron magnánimas al instruirnos, y hacernos contar con ellos. Gracias a ellos nuestros enfermos encuentran el bienestar, y tenemos buenas cosechas. Ellos nos ayudan traspasando su sabiduría de generación en generación.

Hoy hemos tenido un extraño visitante. Llevaba un artilugio raro, pero era pacífico. No me dejaba avanzar, y se tapaba los ojos con el. Sólo han sido instantes, el tiempo de un suspiro del aire.

Sakkarah

Hace unos años...

Hace unos años...

Hace unos años la vida la vivía con intensidad, pero hoy, Jesús, ya está cansado. Al final las penas terminan doblando los hombros, pues pueden más que las alegrías.

Lo más amargo es sentirte menos ágil, menos válido. Saber que su experiencia, aunque pudiera servir, nadie la necesita, porque cada uno tiene derecho a equivocarse para poder aprender. La fuerza le ha abandonado, y es un mueble más en la casa de sus hijos.

Sabe que le quieren, pero siente que es un estorbo en sus vidas. Ahora la existencia se llena de cosas, y queda muy poco hueco para contemplar a un viejo. Tiene seguro que, mañana, cuando falte, le van a llorar por esa maldita manía que tiene el hombre de sólo valorar lo que ha perdido.

Sakkarah

El callejón de la amargura.

El callejón de la amargura.

Era lamentable oír los golpes tan a menudo; aunque ella nunca se quejaba. Le intentaban sonsacar, para que dijera algo con el fin de denunciarle; pero de su boca sólo salían elogios para su pareja.

Él era un borracho mujeriego, que pasaba la mayoría de las noches de farra; y no teniendo suficiente, al llegar a casa extorsionaba el sueño de Belinda. La despertaba a golpes para violarla, y seguidamente roncar como un cerdo.

La noche era inclemente, no dejaba la lluvia de azotar los cristales. Lúgubre se veía el callejón en el que vivían pocos vecinos. Daba la impresión que esa lluvia furiosa traería malos presagios.

Un ruido extraño despertó a Nestor (su vecino del bloque de enfrente), quien se acercó al balcón a ver que es lo que sucedía. Una mano fina y blanca aparecía entre los barrotes. Abrió corriendo, y vio el cuerpo de Belinda enganchado entre las balconadas. El callejón era tan estrecho, que la suerte había querido que no cayera; pero ella no hacía por salvarse. A Nestor se le quedó clavada esa mirada angustiosa, suplicante, que pedía que la dejaran morir.

Intentó coger sus manos para sujetarla; pero el peso de su cuerpo, y sus ganas de llegar al fin, pudieron más que él. La sintió caer. Un golpe seco hizo eclosión en su alma. Corrió escaleras abajo, y pudo comprobar que ya no había remedio. Belinda había pasado a mejores días. Al lugar misterioso donde ya nadie golpearía su piel de seda.

El dolor de todos los vecinos, la impotencia que sufrían, hizo que ese callejón estrecho y sombrío, pasara a llamarse el callejón de la amargura.

Sakkarah

Abrí...

Abrí...

Abrí la parte de arriba de la puerta, y el patio parecía de plata. Invadido por la luna llamaba al viaje, a la fantasía. Subí a vestirme, algo me empujaba a pasear, a perderme por los caminos del miedo.

Las casas dormían sus fantasmas, y sus piedras estiraban sus bocas silenciosas, comunicándose con su lenguaje mudo. El río susurraba su canción eterna, dejando entrever el secreto de sus ahogados.

Mis pasos dudaban, todo mi cuerpo era atenazado por el miedo, pero una voz lejana, casi inaudible, me llamaba. Nada podía pararme ante su voz aún desconocida. Sólo era un sonido del alma.

Las estrellas rutilaban al unísono de mis temores, acompasando mi pulso. Mis pies iban adquiriendo alas mientras la piel de mis labios ardía. Allí al fondo, entre luces y sombras, rodeado de niebla, él. Sus brazos me aguardaban para el abrazo, sólo quedaba fundirme, desintegrarme en amor.

Mi pelo pudo sentir la ternura de su pecho; mi torso, sus manos mientras mi corazón paraba. El vacío me inundó mientras otra, en su estela, se llevaba mi luz. Mi soledad latía en la oscuridad, por siempre, y yo ya no temí a los lagartos. En la humedad del suelo me tendí me abandoné a esta muerte.

Sakkarah

Mi tía...

Mi tía...

Mi tía Ofelia era una mujer muy desagradable. Tenía una paloma, que cuando se le escapaba, la llenaba de insultos. La pobre paloma, amedrantada, volvía con las alas caídas.

Mi paloma es libre, no necesito de insultos, puede irse en cualquier momento. No me gusta la tiranía ni que tuviera que venir alicaída, me daría vergüenza.

Es fácil predicar con las palabras, que la gente o las palomas son libres para ir y venir, que nosotros no coartamos la libertad de nadie; pero en la práctica solo son unas palabras más añadidas a la gran farsa que representan.

Me gustan las palomas, con las alas extendidas, no amedrantadas. Me gusta el vuelo libre y el respeto. No me gusta el insulto, ni el masoquismo.

Sakkarah

Venus

Venus

El nuevo día se acerca claro, de partículas de luz limpias. Soy una piedra tallada en proporciones bellas. Venus de corazón mutilado.

Crece la hierba a mi alrededor, y las fuentes quedan escondidas entre los árboles bajo mi dura mirada; mirada ciega que no se posa. No hay amante que sostenga, mi escultura se yergue en soledad.

Entre el follaje corre huidizo el sentimiento, impelido por lo gélido del mármol.

Sakkarah

Bajo la hierba.

Bajo la hierba.

Bajo la hierba yacen los secretos, en perpetuo silencio permanecen, despertando en las pisadas. La canción de la hierba, imperceptible para el viajero veloz, se desvive en el oído del que reposa, del que piensa y ama.

Los grillos intentan acallar el clamor de la hierba ante la señal de vida, ante el paso; y sólo la luna lo calma con su mirada penetrante de plata. Las piedras de esa ermita abandonada viven. Su corazón se agrieta con la sinfonía perpetua de la naturaleza, y allí, en su imaginario pecho, late la memoria.

Caminante, detente, calma tu amargura y vive respirando. Aquí corre el aire, y la luz no es violada por las sombras.

Sakkarah

Demasiado entretenido...

Demasiado entretenido...

Demasiado entretenido el reloj de arena...

En casa de Tomasita, su padre, ya estaba harto de las elevadas facturas de teléfono. Las tarifas se cobraban por minutos, exactamente tres.

Un día se le encendió una luz. Seguramente que al pasar por un escaparate, acudió a él la feliz idea. El caso es que se presentó en su casa con la solución a sus muchos quebraderos de cabeza. Un reloj de arena con la cuenta de tres minutos.

Advirtió a su mujer que se controlara, que la mayoría de las palabras eran innecesarias. Allí estaba la solución, la panacea. El reloj, con un mecanismo al alcance de cualquier tonto, simplemente cambiarle de posición.

Fervorosa lo llevaba a rajatabla, su marido llevaba toda la razón, los gastos eran excesivos, y había que atajar por algún sitio. Tendría que aleccionar a Tomasita, a la que le gustaba colgarse.

Y Tomasita aprendió bien la lección. Divertía hablar pendiente de aquel reloj de arena, dándole vueltas y más vueltas. No contribuiría mucho al ahorro, pero si para su armonía. Se ensimismaba en el paso de los granos de arena, de tal manera que ya podía soportar el discurso de la cargante de Ramona. También su mirada se perdía en el, de manera intensa, cuando Genaro le soltaba esos palabros que la hacían poner tan melancólica.

Ahora, para Tomasita, las sobremesas junto al teléfono duraban mucho más, su carácter se había apaciguado, y la factura aún estaba por llegar.

Sakkarah

El fuego.

El fuego.

El fuego se extiende silencioso sobre los campos. El campesino duerme, mientras se asola todo lo sembrado.

Se han desvanecido las ramas donde íbamos colgando los miedos, para empezar a hablar. Ya no puedo ir llevando paja a ese nido aun informe.

Hoy están los cielos cenicientos, de mirarse en nosotros. Afónico el canto de ese pájaro que siempre nos rondaba, no puede tocar tu hombro con el ala. Planea sobre el campo devastado, y ya no nos encuentra.

En el aire, el roce de un beso me acaricia.

Sakkarah

La montaña.

La montaña.

La montaña se había visto cubierta por los hielos, su corazón frío la alejaba, la hacía inhóspita. El sol se ocultaba como si necesitara de su alegría para aparecer radiante.

Azotaban fuertes vientos contra ella, y, a la mirada del viajero, aparecía hierática, distante, incluso tenebrosa.

El desgaste de los días la iba achatando, se iba a dejar envejecer. Pero la vida, en sus giros llevó al águila a anidar en ella. Todo el interior de la montaña, al sentir la huella que dejaba el ave, se removía. La naturaleza dio paso a un milagro de alegría. La cubrió de ternura la hierba. Los árboles la acariciaban con su sombra, el sol la daba vida.

A sus pies, muy escondida nació una flor preciada llenándola de sentimiento. Su orquídea silvestre cada noche se renovaba en ella cuando el ave reposaba en su dominio.

El águila la llenaba de primavera.

Sakkarah

Yo, el gato.

Yo, el gato.

La verdad es que ya me tienen bastante harto. Me prohíben pasear por donde yo quiero. Que si en las alturas no, que si me cuelgo de la lámpara, que si se cayó un tiesto, y que si la dama de porcelana la endiñó. Me tienen agobiao, no puedo hacer mis necesidades a no ser que sea entre piedras, eso sí, ellos tienen su lugar especial para no magullar sus carnes, y su papel.

 

Después los niñitos, que sí, que los quiero, pero ya son pesaditos con tanto sobeteo. Y cuando viene el vecino, va y me tira del rabo. ¡Si entendiera lo que le digo en esos momentos…!, el niño tiraría de donde yo le dijera.

 

No, yo ya he tomao mi lugar, y aquí voy a descansar, además esto es paso obligado de ratones. A ver quien es el chulo que me hace levantar de aquí.

Sakkarah

Al fondo.

Al fondo.

Al fondo, entre los árboles, con un aspecto tenebroso, se esconde la vida.
Un poderoso señor reparte la fortuna a sus vasallos. Me quiere castigar regalándome las flores deshojadas; pero no puede callar mi palabra, que sonará como eco que cala su alma. En espera de su bondad mis dedos van trazando figuras en la hondura de su pensamiento. Mi fin hará palpitar su corazón.

Sakkarah

Hoy...

Hoy...

Hoy he decidido partir sola. Cuando lo vi a lo lejos, me acerqué despacio. ¡Cuánto tiempo si acercarme a mi viejo velero! Los colores están algo carcomidos por el salitre y el sol. Su vieja madera asoma, pero eso lo hace más preciado.

He subido a cubierta, y todo está igual, sólo necesita un poco de limpieza antes de adentrarnos en alta mar. Han acudido a mí, de golpe, todos los fantasmas del recuerdo tirándome de la ropa para que les dedicara un pensamiento; pero aunque bajo mi chaleco, aun palpita mi corazón, mi cara no se ha atrevido a hacer ningún gesto. Ha quedado paralizada en su papel de frialdad. No voy a sucumbir al pasado cuando voy a atravesar el mar en soledad.

La brisa mueve mi pelo, y el horizonte está raso, despoblado de sueños. Hay firmeza en mi corazón para seguir adelante, y llevo las puertas abiertas del alma para dejar adentrarse  las corrientes.

Sakkarah

El espacio...

El espacio...

El espacio estaba abandonado, la tierra se dejó morir. Su alegría renovó el aire haciéndolo fina brisa, y la tierra, agradecida floreció.

Se asomó a la verja y esta se abrió sola, paseo, miró, y se sentó un instante de amor.

En la acera de enfrente un caserón, con solera, lucía árboles frondosos. Y su vista se perdió, su corazón también.

Un intervalo negro, un llorar la tierra despreciada, y un cerrarse en cemento que no sé quiere resquebrajar.

Él, quijote campeando en molinos desconocidos, con aspas que quizá un día, le arañen la piel.

Sakkarah