De todo un poco, y mi exilio.
Doña --- en respuesta a usted, haré un pequeño recuerdo de mi exilio en Paris.
No me enseñaron a ser reina, nadie tenía la autoridad que tienen los padres, y yo huérfana de padre, no tuve el apoyo, ni la verdadera dedicación de mi madre. Dicen que soy caprichosa e indolente; pero es que les gusta mucho especular.
Si veis que tengo faltas de ortografía, no os llevéis las manos a la cabeza, pues no me dio tiempo a aprenderlo todo, y el caso es que me entendáis. A cambio os puedo cantar, o traeros música para que la escuchéis; pero estáis tan apegados a vuestros tiempos, que no creo que os interese.
La corte es igual que los foroso blogs, te cargan el san Benito, aunque no sea cierto. La morbosidad es superior a la propia realidad, por ello de mí habréis oído decir que soy inculta, frívola y burda. Omitirán la realidad, mi atractivo, mi vitalidad y alegría, mi arrolladora personalidad, mi labia, y mi castiza manera de hablar. No tengo abuela. Vosotros si me tratáis, ya os iréis dando cuenta de mi manera directa al hablar, y de mi amabilidad.
Yo popularicé el tuteo borbónico, porque me gusta que la gente se sienta bien donde estoy. Quiero un ambiente cálido y cercano. Los que se encargan de las finanzas, me dicen que soy manirrota. Me gusta ser generosa, el dinero está para eso, para gastarlo, y no atesorar avariciosamente. Como os daréis cuenta, soy sencilla, estando con vosotros, con el pueblo, es donde mejor me siento.
"Yo quiero, he querido siempre el bien para el pueblo español. El querer lo tiene una en el corazón; pero ¿el poder, dónde está?..."
Me he enrollado con mis cosas, y poco diré ya de mi exilio, para no extenderme demasiado. Todo irá saliendo poco a poco. Si no doy respuesta a sus observaciones, no me lo tomen en cuenta. Me gusta sentarme a escribir con ustedes, pero hay demasiados papeles que firmar, y demasiados protocolos para cumplir durante el día.
Allí, en Paris ocupo el llamado Palacio de Castilla, y tengo mi residencia fijada allí, aunque vengo al Escorial. No me quedo definitivamente aquí, porque como toda madre , tengo diferencias con mi hijo, y con mi nuera, y en este caso, no debo meterme en su reinado.
Lo mejor del exilio, es que estoy separada de mi esposo, del que más adelante os contaré alguna anécdota.
Las predicciones dicen que aquí moriré. Si ha de ser así, me gustaría que me pusieran de epitafio, las palabras que Galdós ha escrito sobre mí.
«El reinado de Isabel se irá borrando de la memoria, y los males que trajo, así como los bienes que produjo, pasarán sin dejar rastro. La pobre Reina, tan fervorosamente amada en su niñez, esperanza y alegría del pueblo, emblema de la libertad, después hollada, escarnecida y arrojada del reino, baja al sepulcro sin que su muerte avive los entusiasmos ni los odios de otros días. Se juzgará su reinado con crítica severa: en él se verá el origen y el embrión de no pocos vicios de nuestra política; pero nadie niega ni desconoce la inmensa ternura de aquella alma ingenua, indolente, fácil a la piedad, al perdón, a la caridad, como incapaz de toda resolución tenaz y vigorosa. Doña Isabel vivió en perpetua infancia, y el mayor de sus infortunios fue haber nacido Reina y llevar en su mano la dirección moral de un pueblo, pesada obligación para tan tierna mano».
Pérez Galdós
Saludos
Sakkarah en el papel de Isabel II