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Sakkarah

En el primer cajón...

En el primer cajón...

En el primer cajón de la mesilla de noche, tiene Irene una cajita. Es una de esas que,  en su día, vendían en las tiendas con los jaboncillos de la marca Heno de Pravia. Es muy vieja, pero el estuche de rígido cartoncillo  aun sigue soportando el paso del tiempo. Comenzó la cajita siendo un costurero, en ella las hebras de hilo se impregnaban de un fino aroma..., después, con los años, se convirtió en cofrecillo donde se guardaban, más que tesoros, algún que otro secreto…, allí  iba dejando, ella,  las fotografías que le enviaban. Hasta llegar al día de hoy, que se puede encontrar, en ella,  de todo un poco...Como los recuerdos que impregnan cada una de las fibras que los componen. 

Irene, de vez en cuando, le gusta abrir el estuche. Son muchas las cosas que en el guarda y,  ha tenido que ingeniárselas para que la caja  pueda cerrarse; una cinta de raso color verde claro es la que actúa a modo de cincho, para que -aunque suene mal decirlo- todo quede bien atado. 

El ritual se inicia cuando sentada en el borde de la cama deshace la lazada que corona la parte superior. En primer lugar, que viene a ser el último escalón de su existencia, están las fotografías de su hijo; en orden cronológico las reparte por la fina colcha que cubre los pies de la cama... Las mira, una y otra vez, e intenta devolver a su memoria el tacto de aquel precioso bebe, del niño... del muchacho, ahora ya hombre. Después, algunas fotografías más, que Irene se salta... para llegar impaciente a una vieja servilleta, con dos palabras escritas en lápiz <> dos corazones y unas iniciales; se sonríe,  mientras con la yema de sus dedos redibuja el imperceptible trazo... Unas florecillas de trapo, de color violeta; las que adornaron sus cabellos el día de su boda, en aquella fría estancia del Juzgado. Cuando no estaba tan bien visto que la gente solo se casase por lo civil. Era diciembre y a pesar de lucir el sol hacía mucho frío, un frío que ya preconizaba como iban a ser los días de su futuro... 

De forma metódica, como suele hacer siempre, va extrayendo de la caja cada una de las piezas que han ido conformando el gran puzzle de su vida. En el fondo, en un rinconcito, reposa una cadena de plata, una cadena fina... un sencillo cordoncillo con el que ella -en otro tiempo- abrazaba su cintura, cuando su cintura era delgada y la longitud de ésta así lo permitía.., hoy la recoge entre sus manos y la lleva hasta sus labios, la besa, con la misma devoción que si de un rosario, para un creyente se tratase y la deja a un lado, cerca muy cerca, como cuando rodeaba su cintura, pero lejos del contacto de su cuerpo, porque hay cosas que  ya pertenecen al pasado... Una pequeña concha blanca,  y un ágata de color verde oscuro; que un admirador de juventud le trajo de Brasil y le hizo engarzar con las iniciales de su nombre. Irene mira el fondo de la caja, ya vacía.., cierra los ojos y aspira hondo, los recuerdos aun le siguen oliendo a jaboncillo de domingo. Y, allí, esparcidos encima de la cama están todos y cada uno de sus recuerdos: fotografías, cartas, los recordatorios -de quienes se fueron- cada vez más. Son objetos que para cualquier otra persona carecerían de valor... Piensa al recogerlos, con gesto resignado:  -que poco ocupa una vida-. Cuantas ilusiones y tristezas caben dentro de una cajita; vivencias,  sujetas con una cinta de raso. Para que nunca desborden los márgenes permitidos, para que nunca se escapen del cofrecillo que guarda todas las cosas...,  para que no se pierdan en la fragilidad de la memoria.

Margot

9 comentarios

Margot -

Gea, Sak, Mela, MDM, Viejo farero... Gracias, por vuestras respuestas y por vuestras palabras.

Un abrazo, para cada un@ de vosotr@s.

Sakkarah -

Margot, gracias a ti, por permitirme poner algo tuyo.

MDM, y Viejofarero, gracias por dejar un comentario a un texto tan bello.

Besos para los tres.

El viejo farero. -

Siempre me ha fastidiado llegar tarde y en este caso no es diferente. ¿Qué digo yo ahora de este texto que no repita algo? Si es que es verdad, es precioso, y es inmensamente fácil imaginarse a Irene sentada en su cama, abriendo esa cajita llena de trocitos de vida, volviéndolos a vivir...

Al final, entre unos y otros, estamos haciendo de estas páginas algo parecido a esas cajitas, vamos dejando en ellas cosas nuestras, de la gente que queremos... y de vez en cuando las abrimos, las leemos y las volvemos a vivir.

Gracias por crear cajitas y por llenarlas de cosas bonitas.

Un abrazo a cada una.

MDM -

Precioso relato.
Palabras impregnadas de sensibilidad y nostalgia.

Margot -

Gracias, Sak, por ofrecerme tu amistad e invitarme a compartir contigo, y la gente amiga que te visita, uno de mis escritos.

Un abrazo, inmenso.

Sakkarah -

Mela, yo siempre he sido de guardar recuerdos, como nos cuenta Margot; pero últimamente, lo destruyo todo. Da igual, porque todos esos recuerdos, nos quedaron grabados a fuego en el corazón.

Un beso.

Mela -

El texto es precioso. Casi he ido viendo con Irene, los retazos de su vida oliendo suavemente a jabón.

Nos gusta simbolizr las emociones de la vida en pequeñas cosas, una cadena, una foto, un papel...

El verdadero cofre es la memoria. para bien o para mal.

Beso.

Sakkarah -

Es que escribe muy bonito.

Un beso, Gea.

Gea -

Me ha parecido espléndido este relato de nuestra compañera Margot.
Tiene razón: la vida se reduce a tan pocas cosas valiosas e importantes, que hasta pueden caber en una simple cajita.
Me ha gustado mucho.
Un abrazo.
Gea.